Parte del conocimiento que hoy tenemos sobre la influencia de los primeros vínculos maternos en la maduración saludable de los bebés fué adquirida inicialmente en experimentos con monos.
Uno de los investigadores más reconocidos fue Harry F. Harlow (1905-1981), profesor de Psicología Experimental de la Universidad de Wisconsin, quien dedicó prácticamente toda su vida a investigar este tema.
Las metódicas observaciones que Harlow hizo trabajando con monos en su laboratorio culminaron en su famoso estudio titulado "La naturaleza del amor" (1958). Lo primero que observó fue que los monos recién nacidos que eran separados de sus madres mostraban graves problemas en su crecimiento, y algunos incluso morían prematuramente, a pesar de no faltarles alimento.
Harlow tambien se percató de que, a los pocos días de venir al mundo, los monos que no vivían con sus madres se encariñaban con los trozos de gasa que acolchaban el suelo de metal de sus jaulas, hasta el punto de protagonizar grandes rabietas cuando, por motivos de higiene, se les retiraban las almohadillas. Esta observación movió al investigador y a su equipo a estudiar la adaptación de los monos bebés a dos tipos de madres artificiales.
La primera de ellas consistía en un bloque rectangular de madera envuelto en una capa de esponja recubierta de gasa o tela suave. Según Harlow, esta madre sintética era blanda, tierna y accesible las veinticuatro horas. Era "una madre con infinita paciencia, que nunca se enfadaba con su cría, ni la golpeaba ni la mordía". La segunda sustituta materna estaba hecha de alambre blando. La diferencia fundamental entre las dos madres artificiales era la calidad y el confort del contacto físico. Ambas "madres" tenían un biberón de leche en la parte superior y a los pies había una manta térmica forrada de algodón. Harlow colocó a las dos madres en una jaula espaciosa. Los pequeños monos eran libres de moverse y elegir la madre artificial que prefiriesen.
Durante seis meses los investigadores anotaron el tiempo que los monos pasaban con cada madre. Los resultados demostraron con claridad que los pequeños monos preferían la madre de gasa a la madre de alambre; incluso cuando la madre de alambre era la única que tenía biberón, los monos pasaban con la madre de trapo ocho horas por cada hora que pasaban junto a la madre lactante metálica. De hecho, el contacto físico con la madre suave era la variable esencial en su desarrollo, mucho más significativa que la alimentación.
La conclusión de Harlow, en forma de hipótesis aplicada a los seres humanos, fue que la relación física frecuente y confortable entre la madre y los hijos es fundamental para el buen desarrollo durante la infancia. "No sólo de leche viven los bebés", solía decir, aludiendo a la frase evangélica.
Tomado del Profesor Dr. Luis Rojas Marcos, autor del libro "La Autoestima. Nuestra fuerza secreta". Espasa Libros, S. L. U., 2010; 77-79.