Hace dos mil años, Aurelio Celso ya decía que era menester no ignorar que los medicamentos no siempre resultan útiles a los enfermos y que habitualmente perjudican a las personas sanas.
Hoy, tratar de convencer a gente sana de que está enferma - o de que está en alto riesgo de enfermar - y a gente levemente enferma de que está muy enferma es un gran negocio.
En la época actual, y en los países ricos, donde la esperanza de vida se ha prolongado espectacularmente, muchas enfermedades infecciosas han sido eliminadas gracias a las vacunas, las anomalías genéticas son detectadas antes de nacer, se pueden trasplantar órganos, aliviar el dolor, reconstruir el cuerpo y muchas cosas más, inimaginables no hace mucho tiempo. Por tanto, la sociedad depende cada vez más del sistema sanitario, ha modificado sus creencias y en consecuencia tambien sus formas de considerar la enfermedad y de enfrentarse a los avatares normales de la vida. La salud no ha escapado a estos cambios, siendo en parte un bien de consumo más, y, por tanto, sometida a criterios sociales y modas, a fuerzas económicas y políticas.
Asímismo, hay un afán desmesurado que lleva casi al extremo el lema "es mejor prevenir que curar", desencadenando una cascada de actividades preventivas que no siempre tienen evidencia de ser efectivas. Todo ello genera angustia en la población ante la sensación de ser cada vez más vulnerable a la enfermedad.
Por otro lado, el acceso tan generalizado a Internet facilita mucha más información que antes; información que no siempre es neutra, veraz y de calidad; sino que está manipulada por grupos de presión, generando más bien desinformación o más confusión aún.
Las compañías farmacéuticas no son los únicos protagonistas en este "teatro". En el marketing de enfermedades intervienen tambien otros actores que multiplican los efectos: grupos de médicos y líderes de opinión en busca de prestigio o influencia social, medios de comunicación compitiendo para acaparar mayor audiencia y partidos políticos que "venden" en sus programas mejores medidas de protección de la salud a los ciudadanos.
Los pacientes y las asociaciones de consumidores deben conocer la existencia de este fenómeno para no dejarse manipular, deben entender los límites entre la normalidad y la enfermedad, y cuestionarse críticamente si son enfermos o víctimas.
Finalmente, que cada colectivo ponga su grano de arena. Los médicos, por un lado, deberíamos añadir, si cabe, una dosis más de prudencia y honestidad ante cualquier innovación. Los gestores sanitarios deberían contemplar la formación y capacitación de sus profesionales con la misma importancia que la asistencia a los enfermos. Los políticos deben hacer una valoración ética, y no sólo económica, de los ofrecimientos de la industria. Y todos, como pacientes que antes o después seremos, debemos buscar la solución de los motivos de la infelicidad, de las imperfecciones de la mente y del cuerpo y de los momentos de angustia, no sólo ni fundamentalmente en la medicina. Por ejemplo, desde el punto de vista pediátrico, sería muy importante investigar las causas psicosociales de la auténtica hiperactividad en la infancia y al mismo tiempo tolerar los cambios propios de cada etapa de la vida. Y, desde luego, buscar otra definición de salud que no nos enfrente a la frustración de no encontrar la píldora de la eterna juventud o ese imposible estado utópico de bienestar físico, psíquico y social que según la OMS, es la salud. Adaptado de ME. Morell Sixto, C. Martínez González y JL. Quintana Gómez. Rev. Pediatr Aten Primaria. 2009;11:491-512.