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"Solo dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas" (Hodding Carter)

sábado, 29 de agosto de 2009

Fracaso escolar. Sí queda algo más que decir.

Dentro de unos días, coincidiendo con el inicio de un nuevo curso escolar, los medios de comunicación volverán a hablarnos del fracaso escolar. Puede que alguno de nosotros lo sufra -ojalá no-, como suele decirse, en sus propias carnes. Y es que el fenómeno no es, desde luego, una simple anécdota. España tiene el dudoso honor de ser el segundo país de la Unión Europea con mayor tasa de fracaso escolar, después de Portugal. En España, el 32% de los alumnos de enseñanza media repite curso, el 48% no supera el bachillerato y el abandono de los estudios universitarios ronda el 50%. Estas cifras, como puede comprobarse, son muy llamativas.

El propio término "fracaso escolar" es digno de reflexión. La palabra "fracaso", llena de connotaciones negativas, parece muy alejada de lo que se supone que ha de ser la infancia. Por contra, la palabra "niño" está llena de resonancias positivas. Un niño es un proyecto, una ilusión en marcha, y lo peor que le puede ocurrir a todo proyecto es que se trunque, esto es, que fracase.
Por eso, la palabra "fracaso", tan adulta y tan triste, nos choca enormemente cuando se aplica al mundo infantil.

Las causas que pueden motivar el fracaso infantil son muy variadas, e incluyen diversos factores, tanto orgánicos, como intelectuales, emocionales, incluso nutricionales. Entre los primeros cabría destacar, además de otras alteraciones específicas del aprendizaje, el trastorno por déficit de atención -con o sin hiperactividad- y los trastornos del espectro autista. Entre los segundos, no olvidemos a los niños superdotados. Dentro de los emocionales, tienen mayor relevancia la depresión, la ansiedad y la baja autoestima. Y no pasemos por alto otra causa: muchos niños acuden al colegio, aún casi dormidos, sin desayunar, hecho que no beneficia en absoluto su rendimiento académico. En este sentido, el Ministerio de Sanidad y Consumo está haciendo una campaña para potenciar el hábito de desayunar de forma saludable.

Pero aún quedan más factores que tambien preocupan a los educadores, padres y pediatras. Posiblemente, los más significativos sean socio-culturales. Por ejemplo, estudiar implica esfuerzo, aunque después pueda llegar a ser interesante e, incluso, divertido. Pero, para ello, el niño debe empezar por motivarse, pararse, sentarse y ... detenerse a estudiar. Sin embargo, la mayoría de los niños de nuestro tiempo se ha educado en las "virtudes de la velocidad". Muchos padres lo hacemos casi todo deprisa: llevamos a nuestros hijos al colegio forzando el paso, incluso a las actividades extraescolares -música, deporte, informática, etc.-, y a la compra sin perder ni un minuto, ... Después jugamos con ellos "a toda pastilla" (unos instantes, claro, pues enseguida han de cenar y acostarse temprano). Y quién no ha pensado en voz alta alguna vez en hacer una rápida fortuna para poder permitirse el lujo de quitarse de encima hipotecas y préstamos, "a la voz de ya"? Además, casi todos los modelos de referencia de nuestros hijos, que son los que a diario ven en televisión, se han convertido en ídolos de masas ... y no precisamente estudiando.

Aún así, queremos que nuestros hijos estudien, que se esfuercen, que razonen, que memoricen, ... "que calienten sus codos". Pero no nos damos cuenta del mensaje que, a través de los medios de comunicación, les estamos dando. Puede que sean más vulnerables que nosotros, y que lloren o se encaprichen de vez en cuando. Pero tienen ojos y oídos, picaresca suficiente, toda la intuición del mundo y más.

De todas maneras, no se trata de dramatizar ni de dar una visión catastrofista del futuro de nuestros niños, en su mayoría, sanos, activos, estupendos y estudiosos. Pero pueden ser víctimas, por un lado, de nuestra permisividad y, por otro, de nuestra eterna falta de tiempo para atenderlos cuando más nos necesitan. Mientras tanto van creciendo en un mundo que idolatra el tiempo de ocio y que espera con impaciencia la evasión física y mental que, durante los días de vacaciones, aparque la rutina.
Y encima nos extraña que no estudien! Adaptado de I. Carabaño Aguado, Pediatra y M.C. Aguado González, Profesora I.E.S. Rev. Pediatría Atención Primaria, 2007. 9: 201-203.